
Me encanta el transporte público, de verdad. Es ecológico, te permite ahorrar ya que sus tarifas son muy asequibles (especialmente para los que vivimos en la zona B3 o un poco más lejos), es puntual y limpio y en verdad que los conductores de los autobuses siempre se muestran amables y su conducción es más que perfecta, con el permiso de los taxistas, por supuesto (y sin contar con los conductores de metro, cuya tarea está en gran medida automatizada...). ¡¡Qué trola más gorda!!. Desde que empecé a conducir no he podido por más que comprobar que lo de los conductores de autobuses y taxistas es de juzgado de guardia y más les valdría a muchos apuntarse al Rally París-Dakar, a ver si se desfogan.
Ultimamente utilizo más el transporte público y me he dado cuenta de lo fatalmente mal acostumbrada que estoy. Por ejemplo, cuando coges tu coche no tienes que desplazarte hasta el Más Allá para llegar a la parada, lo tienes cómodamente aparcado en la puerta o a pocos metros de tu casa (un punto menos, soy una vaga redomada). Ésta es una cuestión interesante, la de la proximidad a las paradas de autobús (en la mayoría de los casos se consideran mejoras para la zona, porque implica una mayor proximidad a todos los servicios que una ciudad puede ofrecer) así que me gustaría saber por qué los urbanistas de los pueblos tienen los santos cojones de poner una parada en cada uno de los accesos al término municipal y alguna que otra solitaria aunque estratégicamente céntrica; al resto de los vecinos que no entremos en ese radio de cinco metros cuadrados que nos jodan.
Para salir de tu maravilloso lugar de residencia y, como otros tropecientos millones de personas, dirigirte a tu lugar de trabajo o estudio antes has de superar una serie de etapas. En primer lugar debes esquivar, andando o con tu propio vehículo, esa barrera infranqueable de madres con niños pequeños, autobuses escolares, camiones descargando mercancía y municipales tocapelotas cortando el tráfico porque sí; entonces llegamos a los atascos habituales (que acabas agradeciendo porque al menos no eres la única persona en esa situación, ya hay retenciones en todos los accesos a Madrid de más de una hora) y finalmente logras coronar con éxito tu primera etapa de todas las mañanas, llegar hasta el metro: "Metronorte: Madrid más cerca"....qué aseveración tan....estúpida, para empezar que Madrid sigue en el mismo punto geográfico excacto que hace doscientos años (eso es algo que ni Espe ha conseguido modificar) y si se trata de decirnos que estamos más cerca porque no tenemos que coger el coche y sufrir el tráfico de Madrid....cuando el autobús no te falla y el metro no se estropea, tal vez esto sea cierto.
Si en este punto crees que lo que digo es una falacia falaciosamente falaz, te sugiero que dejes de leer, el resto no creo que te interese. Si por el contrario alguna vez te has identificado con este problema, lo que sigue puede que te haga identificarte más. Esta es mi parte favorita, la del metro masificado. Imaginad esto: ocho y media de la mañana, el metro está a rebosar de humanos (algunos no se pueden considerar personas). El metro para en Sol, se bajan quince personas y se suben cuarenta y tres, perfecto, es el equilibrio perfecto; te apretujas más contra el de al lado, que ya lleva unos cinco minutos de prospección petrolífera muy fructífera desde que pudo sacar su mano de debajo de tu culo, y en ese momento notas cómo el que tienes delante se frota como un cepillo de la ropa contra tí; le miras disimuladamente porque no estás segura de que eso que está pasando sea cierto y compruebas que tu vecino, aunque se comporta como un perro salido, tiene una cara de absoluta concentración en su periódico (el Marca, que si no da tiempo a leerselo en el baño más de uno se lo termina en el metro). Como logicamente dudas, porque eres una buena persona y estás demasiado dormida para pensar así de alguien, lo dejas pasar y tratas de desenganchar el asa de tu bolso en el paraguas de la señora que te acaba de pisar con sus tacones. Justo cuando consigues desengancharte, la señora de los tacones se agarra de la barra de arriba porque el metro pega un frenazo. Esto lo cambia todo, el que se saca los mocos te pone la mano encima para no caerse sobre ti (gracias a quien sea por no permitir que apoye todo su volumen en tu delicada persona, por lo menos sólo te dejará uno o dos mocos pegados, con suerte), el señor "perrosalido" te confirma que efectivamente estaba arrimando cebolleta, porque está muy contento de tenerte cerca y la señora te planta el sobaco en toda la cara. En este punto yo siempre me pregunto: -"¡¡¿¿cómo es posible que a esta tía le cante el aleróooon??!!!, ¡¡¡¡por favor que alguien me rescate!!!!!"-. Si, efectivamente, son las ocho y media de la mañana y la peste a sudor es insoportable, pero -"qué passsha, me encanta el transporte público"-.

Ayyy, pero que resalá es la niñaa!!!!!! Tienes toda todita la razón del mundo, yo también mandaría a más de un conductor de autobús al rally, y dan ganas de gritarles que no llevan ganado.... en finssss
ResponderEliminar¿Pero no te sientes más unida a la Humanidad?? :) por el transporte público (ahora vendría un slogan de la CAM, pero paso) Rous
ResponderEliminarJá, pero qué grasiosa la Anónima veneciana, que ya sé que eres tu....pues mira no, no me siento más unida a la humanidad, que les den morcillacas, copn la maja que es la humanidad un lunes por la mañana.....
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