viernes, 3 de diciembre de 2010

Viva la Navidad


Quizás algun@ no se haya dado cuenta todavía (ciertas personas no destacan precisamente por su perspicacia) pero la Navidad está encima. ¿Habéis comprado todo ya?, imagino que much@s (entre l@s que me incluyo) lo dejarán todo para el último día. Esto está arraigado fuertemente en la más rancia tradición española. Mi madre solía comprar los regalos en Septiembre u Octubre (mujer previsora donde las haya, como esas hay muchas y las madres suelen tener un Máster en esta especialidad: -" Niiiñaaa, ¿ya le has comprado el regalo de Navidad a tu padre?". -"Pero mamá, que estamos en Agosto". -" Por eso hija, por eso, luego dices que no encuentras nada, yo lo digo para que lo tengas todo preparado, que luego ya sabes que vienen las prisas y los apretones".) A tu madre se le olvidaba el sutil pero nada desdeñable detalle que en Agosto aún no hay nada preparado para la campaña navideña, ni tan siquiera ropa de pretemporada, ni qué decir de los jerséis, calcetines o pijamas (que era lo que al final te acababan regalando..."porque no se acordaba de tu talla").

Mi hermana, que vive fuera desde hace ya unos cuantos años, cuando viene a Madrid en Navidades pide hacer cosas de turista: -"¿Damos una vuelta por Sol y por la Plaza Mayor?, es que me hace ilusión"-. Si hija, a ti y a trescientos millones de personas más entre foráneos, gatos, guiris y carteristas. Todos juntos, todos apretaditos (al final mi madre tendrá razón y todo) igual que corchos flotando en el agua. Si levantas la vista desde la Puerta del Sol hacia la calle Preciados lo único que ves es una marea humana, moviéndose, empujándose y metiéndose mano apresuradamente (se me olvidó mencionar a este grupúsculo).

Al resultar prácticamente imposible caminar por casi ninguna parte y, como suele ser habitual por estas fechas, hace un frío de cojones, y a todos se nos ocurre lo mismo: tomarse un chocolate con churros en la afamadísima churrería San Ginés (costumbre muy típica entre los más castizos, pero los que somos menos lo intentamos, por lo menos que no quede el intento) y allá que nos vamos, en manada, a pisotear al de al lado, a tirarle el chocolate hirviendo por encima y con la grasaza de los churros en las manos: -"Hace rato que se acabaron las servilletas"- objeta un camarero sudoroso y estresado (con más aceite en el pelo que en la freidora de una chiringuito de feria) a modo de disculpa. Casi con toda seguridad se quedaron sin servilletas en la posguerra, pero eso no se lo vas a discutir, porque para entonces una pareja muy atildada, la misma que se te había colado media hora antes en la barra al pedir, pasa por tu lado, ocasión que aprovechas para, descuidadamente y con gran disimulo, desquitarte limpiándote los dedos a conciencia en el carísimo abrigo del clon en miniatura de Pitita Ridruejo. Que si soy una rencorosa, pues si, qué le vamos a hacer, me repatea que me chuleen en ésta y en cualquier otra época del año así que aprovecho la mínima para sacar lo mejor y lo peor de mi (lo mejor es que soy una persona muy limpia, lo que pasa es que con toda la historia de los churros y el frío no os habéis dado ni cuenta). Total, que con todo este trajín, en mi familia ya nos hemos intercambiado los regalos (nosotros aprovechamos el 25, que como somos un poco tirando a republicanos, lo de los Reyes Magos nos pilla un poco a trasmano) y con estas visitas a lo típico de la Navidad en Madrid ya nos hemos plantado en el Fin de Año y ya está, casi liquidadas las Navidades.

Otra cosa que me fascina de estas fechas es el tema de las cenas de empresa. Os soy totalmente sincera: sé que en mi penúltimo post despotricaba de ellas (y me reafirmo en ello) pero a veces sucede que vas a una ...¡¡¡y te lo pasas bien!!!. Me apetecía tanto ir a la cena de mi empresa (un martes...por Diossss, que mañana hay que madrugar) como que me hicieran un tacto rectal con un guante de boxeo. A mis jefes les he visto en total unas seis veces y claro, no es plan de ponerse chuzo perdido, delante de lo más granado y gallináceo de la empresa (ya conocéis mi teoría del palo del gallinero) y es que para marcarse el baile del pañuelo con las bragas en la cabeza se necesita mucha confianza y unos cuantos litros de cualquier bebida alcohólica. Así que ahí me vi yo, insegura, recelosa y sin tener muy claro si no sería mejor fingir un esguince de cuello de útero y marcharme corriendo a casa, de esta manera podría ponerme mis dos pares de calcetines de estar por casa y mi cutre-bata, quedándome calentita con mi Antonio y mi Currito, nuestro gato, durmiéndome una película. Al final, por alguna extraña razón que no logro comprender muy bien (creo que me acojonó un poco pensar que iba a ser la única que no asistiría al evento institucional, una oportunidad para conocernos todos mejor...) acabé acudiendo como una más, total: comida gratis, ante semejante oferta: ¿quién podría resistirse a eso?.

El restaurante se llamaba La Dorada pero la primera vez que oí el nombre me vino a la cabeza un restaurante temático del tipo La Isla del Tesoro. Que si, que ya lo sé, que tengo mucha imaginación, que si una dorada es un pescado...pues eso, blanco y en botella ... así que me animó mucho saber que por lo menos no iba a tener que pelearme con un trozo de mondongo de carne de lo que sea que fue antes de estar muerto y fileteado en mi plato. Mi primera impresión al entrar (el restaurante sí que era temático, pero con gusto; el tema era "Bajo el mar",) fue de pequeñito y recogido. Un camarero muy atildado nos recogió los abrigos: -"Señora"- y me cuelga el abrigo...-"uy, señora"- pienso yo -"éste me ha tomado por Sara Montiel"-. Y entramos en el reservado. De verdad que no me lo invento, pero cuando me fui a sentar noté cómo se deslizaba la silla y pensé: -"hay que ver qué ruedas tan buenas tienen estas sillas, si hasta con moqueta y todo esto se mueve que ni siento el roce de la alfombra "- ¡¡¡y veo a un camarero arrimándome la silla!!!... la releche; en mi vida me han arrimado nada excepto la cebolleta y en contadísimas ocasiones.... así que me quedé deslumbrada, pero cuando vi que la camarera que nos atendía iba disfrazada de Capitán Pescanova se me bajó de golpe la emoción... bueno, la verdad es que no era un chubasquero amarillo, más bien era un traje de marinerito de la primera comunión: -"Joder, espero que la paguen bien por vestirse así, pero bien mirado, al menos no la han obligado a llevar gorrita"-. Es que cuando uno va a este tipo de sitios presupone que a los empleados se los trata con una cierta dignidad y que hay ciertos límites que, especialmente en estos lugares tan elegantes y atufando a dinero, no te imaginas que vayan a infringir. Ya sabéis lo que dice el refrán: -"Nunca te acostarás sin saber una cosa más"-. Yo me fui a casa sabiendo un par de cosas nuevas, pero la mayor parte las he olvidado, debido a su gran importancia y relevancia para la evolución de la especie humana.


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